Estoy convencido de que no hay ni uno solo de ustedes que no recuerde las Secret Wars. Las recordarían por sí mismas, pero entre las últimas reediciones en luxurious mode y que esos eventos megalíticos que afectan a todas las colecciones y que cambian todo para que todo siga igual nunca dejan de estar de moda, es imposible que las olviden. Además, como son el único evento megalítico de esos que hemos leído todos, siempre lo tenemos en la boca para soltar un apropiado «Anda, como en Secret Wars», o «Eso ya lo hicieron en las Secret Wars» para referirnos a alguna estupidez análoga a lo que le pasó a Dazzler en la última viñeta de alguna ignota colección de mutantes de tercera y que aquí se publicó, sin compasión, bajo el epígrafe Secret Wars II. Que, como saben, es la recopilación hispana de todos los efectos de la onda expansiva todopoderosil en los tebeos Marvel de la época. Anda que no molaría que hiciesen aquí un House of M » The Series, y luego un House of M II con todos los spin-offs baratos e inútiles. Y cambiando el formato.
En la época, todos preferíamos Secret Wars a Crisis. Primero, porque Secret Wars se entendía aunque el dibujo fuera mucho más feo (y lo dice un fan de Mike Zeck, pero es que madre mía, madre mía, los bocetos directos a imprenta que se llegaron a ver). Y segundo, porque había muñecos. Muñecos que aún estando yo en EGB con un tamaño relativo entre piernas, brazos y cabeza absolutamente desproporcionado (yo, no los muñecos), me parecían horrorosos. Nos parecían horrorosos. Eran una mierda. Aparte de que muchos de ellos, o eran horribles (Iceman, ¡¡Doom o Magneto sin capa!!), o nos sudaban la polla (Falcon, que sí, que tenía alitas y un pájaro, pero maldita la gracia, o villanos de primerísima división como Constrictor), estaban esas libertades artísticas que aún entonces (les vuelvo a poner en situación para que no se pierdan la foto: un Tones de diez años, con una estructura fisiológica y una apostura general parecida al número ochenta y siete) nos parecían aberrantes. Me refiero a los escudos, claro. Los escudos que llevaban todos y cada uno de los héroes y villanos, con un holograma de cagarse en su puta madre. En el caso del Capitán América, miren, viéndolo así de lejos y en escorzo, podía dar la impresión de que, bueno, ahí quedaba eso. El Capitán América y su escudo. Pero la estampa de Black Spiderman (Te Eme) con el escudo rojo holográfico gigante era un poema. Y luego las naves, los accesorios, como de película de Chuck Norris del futuro o de Masters del Universo venidos a menos. Que si su Doom Roller, su Turbo Cycle, su Torre de la Libertad o su Torre Acorazada en la que se refugiaba el Hobgoblin malo y de identidad ignota (llantos).

Yo, como todos mis amigos, tenía a Spiderman y a Wolverine. Unos festivales de siete spidermans contra cinco wolverines (todos sin garras, extraviadas desde el mismo momento de apertura de la caja) que se montaban en el patio que ni les cuento. Bien, pues con cada muñeco venía un cupón. Enviando ese cupón a Mattel, los sabios jugueteros mandaban, a vuelta de correo y previo pago de los gastos de envío con sellos, un librito con fichas de todos los héroes que tenían encarnación en plástico (que no eran los mismos que salían en el tebeo, como saben) y que siempre he guardado como oro en paño.

El subgénero periodístico «Fichas de tebeos» siempre me ha encantado, por lo insensato. Intentar resumir en un texto asequible (en teoría es eso, ¿no?) a un completo neófito en materia superheroica la torrencial información que se dispone de un personaje, da pie a despropósitos de nivel 7,5 en la escala Stockhausen (mínimo). El tono rimbombante y el uso creativo de la puntuación y la gramática son pluses a tener muy en cuenta, y por eso, La verdadera historia de los Marvel Super Heroes Secret Wars puede presumir de ser la más lamentable recopilación de fichas superheroicas de todos los tiempos, muy por delante de handbooks y otras producciones para aficionados. ¡La gloria y la miseria de las fichas de super-héroes está aquí, amigos! ¡Autor anónimo! ¡Dibujante(s) sin acreditar! ¡Incluye anuncios de los muñecos! ¡Unos degradados de color como fondo de las páginas que dan gloria verlos!
Aunque cada ficha es un festival único, me permito resaltar algunos detalles. La categoría Ocupación da pie a interesantes cargos que seguro que no cotizan el paro: Conquistador en el caso de Magneto y Kang son los más notorios. Es bello esto del conquistismo como profesión reconocida, aunque no tanto como algunas biografías. La del Capitán America es especialmente sindiosista, porque traza sus orígenes en la Segunda Guerra Mundial, pero no habla de su congelación y posterior recuperación por parte de Los Vengadores, con lo que tuvimos que suponer, en nuestra idiocia infantil, que el suero del upersoldado detenía el crecimiento (aunque, como supimos después, no lo hacía del todo con Las Tetas).

Bello también es el origen de Black Spiderman: «En un antiguo enfrentamiento con las fuerzas del mal los Cuatro Fantásticos y Spiderman se vieron arrastrados, en una peligrosa persecución, hasta la dimensión desierta. Recuperado por sus camaradas Spiderman apareció con un cuerpo extraño, de color negro y origen desconocido». Que no deja de ser extraño (aparte de, ya les digo, el fascinante uso de la puntuación) porque, por ejemplo, que en la biografía de Spiderman prescindan de toda mención al tío Ben y demás, bueno, cuestiones de espacio, todo eso. Pero es que en el propio libro de las Secret Wars… no tendrían que tener miedo de citar las Secret Wars… vamos, ¿no? ¿O en Mattel tenían miedo de que algún despistado se comprara los tebeos y se percatara del apocalipsis icónico que habían montado? En cualquier caso, respiren aliviados: «Ni las autoridades locales saben que Spider-Man y Black Spider-Man son la misma persona». A pesar del nombre. Ay, estas autoridades locales…

Me gusta mucho, también, la descripción de poderes de cada personaje, en la que se entra en una palabrería polisilábica, un ñañañañañañá sin sentido ni sensibilidad que, por ejemplo, convierte las palabras acabadas en «ónica» en una especie de comodines que lo mismo te sirven para un roto que para un descosido: la única energía que podría penetrar el traje del Doctor Doom, dicen, es la psiónica, mientras que el traje de Constrictor está protegido de las radiaciones de las ondas sónicas. Una de las armas predilectas de Kang es el, ejem, GROWING MAN, «un autómata que crece aumentando de tamaño a medida que
se le induce energía cinética». Y así se nos pasa la tarde, hojeando detallitos, contemplando dibujos y recordando viejos tiempos.
Hasta que llegamos al apartado Armas de Daredevil en el que se dice, cito textualmente: «Daredevil lleva una sola arma, un bastón multi-uso llamado «Billy Club»
Y ya ahí pues se nos va desmoronando todo.