La DC de 2010-2011 contiene mucho material digno de estudio adliano por tratarse de una época fronteriza entre el final del Universo DC tradicional (desde su reseteo anterior) y el inicio de los Nuevos 52. Los personajes dejarían de ser los mismos y en la editorial había prisa por tanto sacar toda suerte de proyectos que ya estuvieran en marcha, pues en pocos meses estarían caducados y ya no tendrían validez. Incluso los Elseworlds. Es posiblemente por esto que una miniserie planificada para seis episodios terminase saliendo en tres de extensión doble, que en nuestro país se engalanó como tomo único. Renato Arlem no merece menos.
Aunque aquí el papel estelar lo tiene Cary Bates, veterano escritor que escribía The Flash y algunos títulos de Superman antes de la Primera Gran Crisis, y que tras ella asumió principalmente la escritura del Capitán Atom. Bates era consciente de que la continuidad que él había contribuido a crear iba a desaparecer y quiso dar su particular visión sobre cierto aspecto del legado kryptoniano sobre el que se había pasado muchas veces por alto. Y como buen fabulista utilizo una historia imaginaria como hilo conductor (aquí tratándose de Superman debería citar su frase sobre las historias imaginarias, pero tengo sobredosis de serendipias con Moore, pues el Oscar a La Forma del Agua me pilló leyendo su Neonomicon).
El punto de partida: ¿y si la familia de Superman hubiera sobrevivido a la destrucción de su planeta natal?
¿Y si llegasen juntos a la Tierra?
Pues seguramente mientras el pequeño Kal-El está siendo criado, el rol de superbenefactor para el planeta lo asumiría su padre Jor-El.
Asistido desde la retaguardia en la parte técnica por su esposa, claro está.
Si bien es posible que este papel secundario no sea suficiente para ella y termine dando un paso al frente.
De forma que, ante la obsesión de su marido con la destrucción de Krypton…
…le induce a dedicar sus atenciones a otros asuntos.
No en vano ellos son los últimos supervivientes de su raza y a ellos les corresponde la pesada responsabilidad de la tarea de la repoblación.
Es este el esperanzador inicio de un nuevo capítulo en la saga kryptoniana con un feliz padre que contempla orgulloso a sus nuevos retoños que serán bien criados y amamantados hasta completar su desarrollo. Una nueva oportunidad. La vida gana.
Y es gracias a Cary Bates que, más de setenta años después de la creación del mito, caemos en la cuenta de un aspecto de la biografía del personaje en el que no nos habíamos fijado antes. Si cuando faltando una pregunta para ganar el bote del concurso nos planteasen una sobre Superman respiraríamos tranquilos. Y si nos preguntan el nombre del padre de Kal-El, contestaríamos en centésimas. Ahora bien, si nos preguntan por la madre, como mucho nos saldría el nombre, Lara, y perderíamos el premio con los compañeros asesinándonos con la mirada. Y este es el mérito de Bates, visibilizar (con la inestimable ayuda de Renato Arlem) a Lara Lor-Van. La sutil narrativa maridada con el trazo del brasileño la rescatan del rol secundario y apartado que siempre se le otorgó y hace que la tengamos en cuenta. Quien lo lee no la olvida. Visibilidad, matriarcado, feminismo. Diría que es la última gran historia de esta mujer, pero a lo mejor era también la primera.
AVIV SETÄB!