(Sí, éste es uno de esos textos que hay que aprovechar el verano para poder colarlos en un weblog sobre tebeos, porque todo el mundo está de vacaciones en vez de leyendo esto)
Los aficionados al fútbol recordarán que hace unos cuantos años triunfaba un jugador llamado Julio Salinas (pero que usaba el nombre artístico de «Julio Salinas»). Desde luego, todo aquel que vio jugar a este monstruo del balón se acuerda de él, de ese trotar poco estético, de ese regate que más que finta era un tropezón, de ese remate con aire de «yo no quería, pero me rebotó»…
Salinas era el ídolo de los niños. Concretamente, de aquellos niños que cuando le veían actuar vestido con la camiseta de la selección española decían «Eh, si él puede ser futbolista, yo también!». Porque Maradona parecía más un malabarista escapado del circo que un delantero, Romario quedó retratado a la perfección con la definición de Valdano «un futbolista de dibujos animados» y Ronaldo era demasiado rápido y estaba demasiado delgado como para intentar emularle. Pero el estilo heterodoxo y ¿lo digo? GENIAL! de Julio Salinas parecía al alcance del niño más torpe del patio del colegio
Con esto no quiero decir que Julito fuera malo, válgame ROB! Unas cuantas ligas consecutivas, copas del Rey, de Europa, Recopas, Supercopas y más de cincuenta participaciones con la selección (donde metió más de veinte goles) le avalan. Simplemente, era diferente. Era único. Era como tú
…y así termina mi explicación de por qué la mitad de los niños de España quieren dibujar como Cels Piñol