Cursé mis estudios universitarios en la ciudad de Valencia en una época en la que, al menos según mi conocimiento, había tan sólo dos librerías especializadas en historieta, sitas ambas en el centro. Estaban lejos del piso que compartía, de manera que mis visitas se limitaban a una mensual tomando el transporte público. Tampoco era necesario más para calmar las ansias lectoras, tened en cuenta que os hablo de una época en la que era posible encontrar historietas en cada calle, con fórum y Zinco ¡e incluso Norma! en cualquier quiosco. Todavía recuerdo la cara de la señora del de mi calle cuando le pedía el tomito de Guiv Mi Laiberti (el de Míler y Gibons) y hasta que no lo señalaba con el dedo no lo ubicaba. Pero siempre hay fancines, o material extranjero y otras cosas que tienen su circuito aparte y mola echar un vistazo, qué voy a contaros que no sepáis. Las librerías molan.
La cuestión es que entre ir, mirar, comprar y volver echabas la tarde, con la correspondiente inversión de tiempo de estudio y dinero destinado a la subsistencia básica de hijo estudiante de Lunes a Viernes (fines de semana, mamá lavadora). Y en una de esas tardes, en el trayecto entre la primera librería y la segunda, me fijé en un anuncio pegado en la pared. Más que un cartel, un folio fotocopiado (en glorioso blanco y negro, claro) y colocado allí, en el que se hablaba de la apertura de una nueva librería especializada. Una bastante más cercana del piso, no especialmente cerca pero que me permitiría perder menos tiempo en visitarla incluso andando. Así que apunté la dirección del anuncio y cuando las tareas estudiantiles me lo permitieron (la verdad es que lo estoy adornando, seguramente fue antes), encaminé mis andarines pasos hacia allí.
Me personé ante un local sin ningún tipo de cartel exterior ni surtido escaparate que ofreciera pistas sobre la finalidad comercial del mismo. Abrí y entré en una estancia vacía, con tan sólo un mostrador, tras el cual había una puerta entreabierta de la que salió una persona. Le pregunté si esta era la librería del anuncio y me contestó que habían tenido un problema e iban a retrasar la inauguración de la actividad. Me dijo que había habido una fuga de agua en el almacén y se había echado a perder todo el material. Que de momento no abrían, pero que en el momento que lo hicieran volverían a poner carteles por la pared del trayecto entre las dos librerías del centro, la ruta por dónde pasaba su público objetivo. No era posible distinguir nada tras la puerta entreabierta del fondo, donde mi imaginación me aseguraba (sin pruebas) que debía encontrarse el siniestrado almacén, pero eso daba todavía más rienda suelta a mis apocalípticas fantasías de la accidentada situación. Por aquel entonces yo era un jovencito impresionable, aunque con el tiempo dejé de ser jovencito.
No sé si volvieron, si les fue bien o no, o si todavía siguen bajo otras localización u otro nombre. La cuestión es que nunca vi en mi trayecto ningún otro cartel.
A la anécdota sumadle que en una de mis primeras visitas a una librería especializada me encontré entre el material americano nada menos que un número de Miracleman, la aclamada serie del tal Alan Moore, que cayó a la saca inmediatamente, había leído reseñas sobre la misma que la ponían por las nubes ¡qué suerte haberlo encontrado ahí solitario, que poco sabe la gente de Valencia, dejando pasar estas oportunidades!
Qué inteligente juego de recreación de la inocencia de tiempos pasados pude encontrarme en su lectura, con situaciones y diálogos y situaciones que rememoraban aquellos tiempos pasados inocentes, qué maquina el Moore. Pero ya repasando y leyendo las demás secciones del cuaderno me enteré de que ese número salvo unas pocas páginas era todo reimpresiones de viejas aventuras de Mick Anglo. Que la editorial se había visto obligada a tirar de ese material para cumplir su cita mensual con el quiosco, pues sus oficinas y todo su stock de números atrasados se había estropeado por el desbordamiento de un río tras unas copiosas lluvias.
(aunque no lo parezca, intento buscar el lado positivo de las cosas: por esta razón, mis grapas de Miracleman están completas y las tuyas no)
Con ambas vivencias, me quedó claro que agua y papel no casan, y fui más consciente la naturaleza frágil del formato físico, y que por mucha celulosa que acumules, lo importante es el recuerdo, la huella que dejan en uno.
Por supuesto, dicho esto, por supuesto que no he dejado de acumular papel.
Pero soy consciente de que se trata de material altamente perecedero.
Aunque al mismo espero que me sobreviva, un sentimiento encontrado que supongo le debe pasar a más gente. Encontré esta foto en un foro previo al huracán Milton.
Para ciertas cosas, sigo siendo impresionable.
Y tras esta breve introducción, volvemos a la actualidad.
En el Facebook de Cristina Durán y Miguel Ángel Giner hay más documentación gráfica del lamentable estado en que ha quedado su estudio en Benetusser.
Es por esto que dedico hoy este modesto espacio a llevaros hasta el sitio web de láminas a la venta de la pareja, que son, recordemos, los autores de El Día 3, Premio Nacional del Comic 2019.
Como decía, recordemos.
Esperamos que encontréis algo de vuestro interés con el que contribuir a la restauración, al menos material, del entorno de los autores. Igual el envío tarda un poco, comprendedlo.
Estaréis contribuyendo y al tiempo llevándoos algo chulo. No es extraño que haya tantos idiomas que usen la misma palabra para referirse a «crisis» y a «oportunidad» como son el chino
y el gallego.
Muchas solidaridades para la gente afectada por la DANA…
Feijóo non só é incapaz de falar galego, senón que por riba está destruíndo o idioma coas súas políticas de normalización lingüística. Pero que non falte a aldraxe gratuíta no voso post.
Feijoo é tan galego coma os eucaliptos.
Ejque así sale la foto en el twitter, un bait por una buena causa.
Al agente que pensó que lo de la libreria especializada era una buena tapadera para el piso franco porque nadie iba a entrar a preguntar lo mandaron de vuelta a Langley al dia siguiente.