
Siempre parece que las cosas no hace falta contarlas hasta que resulta que sí que era necesario. Así que uno puede ver como publican, por ejemplo, por fin Deadendia en castellano, cómo sale un nuevo recopilatorio de Leñadoras o como Heartstopper se publica en gallego, incluso todas esas reseñas favorables del segundo Lo que más me gusta son los monstruos. Y pensar que ya está todo hecho.




Pero esto, como las menciones regulares, reediciones, comentarios y blablabla de Fun Home, Camelot 3000, Strangers in Paradise, Nimona, Giant Days, Gender Queer, Sombras sobre Shimanami, Pedro and Me… de las publicaciones de Nazario, Mariko Tamaki, Kay O’Neill, Ralf König, Sophie Labelle o Tillie Walden… de Cosmoknights, Drama, Snapdragon, El Príncipe y la Modista… En fin, de tantas obras y autores. Todo esto, decía, no deja de ser para mucha gente más un ‘cómo están las cosas ahora’ que un ‘cómo han estado siempre’. Como si el Boy’s Love o el Yuri (o el Yaoi, claro) fueran inventos modernos.
Así que parece necesario hacer un poco de repaso, y recordar que tenemos ejemplos de sobra ya desde el siglo pasado. Y, muchas veces, por autores que no son precisamente queer. Lo tenemos en toda la historia de Andy Lippincott en Doonesbury, desde su aparición en los setenta hasta su fallecimiento en los noventa por culpa del SIDA, mientras suena de fondo Wouldn’t It Be Nice.

Igual que lo tenemos en el Lawrence Poirier de la canadiense Lynn Johnston en For Better or For Worse, una decisión a partir del asesinato de un amigo de la creadora que decidió que había que hacer algo aunque fuera solo esto. Así que, como ella misma explica, aprovechó para que el mejor amigo de la familia protagonista saliera del armario. En una sucesión de historias que llevarían a que se lo contara también a su madre:

Y, por supuesto, lo tenemos más cerca, en el cómic de superhéroes, ¿o ya no recordáis cuando a partir de todo el follón con Rawhide Kid resultó que Stan Lee tenía algo que decir de otro personaje?
“[Sgt. Fury and his Howling Commandos] had a gay character. One member of the platoon was called, I think, Percy Pinkerton. He was gay. We didn’t make a big issue of it. In this comic book that I read, the word gay wasn’t even used. He’s just a colorful character who follows his own different drummer. He follows a different beat. But we’re not proselytizing for gayness.”
Que altavisteado quiere decir:
“[Sargento. Furia y sus Comandos Aulladores] tenía un carácter gay. Creo que un miembro del pelotón se llamaba Percy Pinkerton. Él era gay. No le dimos mucha importancia. En este cómic que leí, la palabra gay ni siquiera se usaba. Es simplemente un personaje colorido que sigue a su propio baterista diferente. Sigue un ritmo diferente. Pero no estamos haciendo proselitismo a favor de la homosexualidad”.

Por supuesto también hay historias como las de Donna Barr que creó en 1988 The Desert Peach, un cómic sobre Oberst Manfred Pfirsich Marie Rommel, conocido como Erwin pero, sobre todo, como The Desert Peach.

Una historia sobre este ficticio hermano del otro Rommel, pero que tuvo el suficiente éxito como para que la vida de este hermano menor se extendiera durante 32 números, hasta principios de los dosmiles. Dando tiempo, incluso, a que se creara un musical y a que la autora publicara una novela sobre el personaje. Y no solo eso, porque la autora no dudó en digitalizar las páginas y subirlo como un webcómic más, hasta el punto de que ahora se puede leer en Webtoon.
Por supuesto todo esto es al margen de ocasiones en las que las fichas van cayendo. Como cuando Osamu Tezuka decidió crear La Princesa Caballero y fue de tanto impacto este personaje andrógino -aunque perfectamente creíble, dentro de lo que los ingleses suelen llamar Sweet Polly Oliver, en España La Monja Alférez, y para el resto «Pues claro, como en Mulan«– que no solo influyó en sus lectores (y luego espectadores), también en personajes como Lady Oscar o Utena.



Claro que si alguien pensaba que sin duda Tezuka había sido malinterpretado para 1970 estaba su versión de Cleopatra, que ofrece personajes con intereses por su propio sexo como Apollodoria y Octavio.
Y luego estaban las mujeres de La Generación del ’24 -que como la del ’27 en España es menos un nombre propio que uno puesto por los críticos- que no dudaron en revolucionar el manga, especialmente el shōjo, incluyendo lo que llamaban ‘intimidad del mismo sexo’ mostrando, por ejemplo, el Shiroi Heya no Futari de Ryoko Yamagishi una pareja sáfica o Sanrūmu Nite de Keiko Takemiya un beso entre dos hombres, facilitando que en los sesenta hubiera más personas que siguieran ese tipo de historias, en primera plano, en segundo plano, en lo que fuera necesario.
Por supuesto lo hacían sabiendo que no en todas partes serían igual de bienvenidas, pero dándoles lo mismo. Creo que aún nos acordamos de los cortes, cambios y recortes que se hacían en Sailor Moon -en España también, aunque es cierto que los estadounidenses siempre fueron más ‘mogambos‘- o como se intentaba disimular con las cosas de CLAMP, como su Sakura.
Pero, por supuesto, siempre hay más.
Y no, no me refiero a los álbumes paródicos, ni a lo que sucedía en las abiertamente sexuales Biblias de Tijuana ni, por supuesto, a creaciones más ‘fanzineras’ en espíritu, más ‘iconoclastas’ y casi ‘punk’ como puede ser Tintin en Tailandia. Más arriesgadas también, que ya sabemos cómo son los de los derechos. Así que no debió de extrañarnos que la cosa acabara con arrestos. Pero eso, como de costumbre, sería historia para otra ocasión.
Tampoco hablo de esas decisiones particulares como que los robots tengan también género, que permitió a los Transformers crear este tipo de historias tanto en More Than Meet The Eye como en Lost Light, aunque demuestre que siempre hay tiempo para cambiar el chip.
O a Mike Barr, que parece que en Camelot 3000 se quedó con las ganas y aprovechó Malibú para darle a Mantra. Con el guerrero eterno Lukasz renaciendo dentro del cuerpo de una mujer: Eden Blake.
O los personajes secundarios del Sabre de Don McGregor.
O…
Vamos, que lo de ahora tampoco nos pilla tan lejos.
Pero quizá podríamos también hablar de otros creadores, personajes e historias.
Porque incluso aunque siempre haya habido también aliados, como demostró la versión americana de Strip A.I.D.S. (1988) en la que aparecía, por ejemplo, un Spirit de Eisner,

en la contra de la antología, nada menos. Pero eso no quita que también haya habido siempre creadores queer.
Al fin y al cabo si han existido antologías como Strip AIDS (1987) o AARGH (Artists Against Rampant Government Homophobia) (1988), revistas como Gay Heart Throbs (1976 – 1981), Gay Comix (1980-1998) o Meatmen (1986-2004), o ese combo de documental y antología que es No Straight Lines (2012) que recogía ejemplos desde los años 60 es porque, bueno, siempre los ha habido. Aunque no siempre se estuviera mirando para allá. O aunque no siempre estuvieran a las claras.






Lo que pasa es que demasiadas veces las leyes las hace gente cuyo odio o miedo va más allá de lo razonable. De ahí que cuando uno se pone a investigar en el tema descubra que parte del follón venga de las leyes sobre lo que es pornográfico y lo que no. A uno le podría parecer que ese ‘hay que proteger a los niños de la pornografía’ es un truco nuevo para evitar que les llegue cualquier cosa que los asustados y odiosos no quieren que sepan. Pero lo cierto es que en USA hizo falta que el Tribunal Supremo dijera que una fotografía de un hombre desnudo no es inherentemente obscena. En 1962. Pero bueno, ya antes habían reconocido que Sexo y Obscenidad no eran sinónimos. En 1957.
Con ese tipo de leyes es normal que muchas veces fueran las revistas de ejercicio -igual que lo fueron en los años 30 las películas sobre ‘naturismo’ y ‘nudismo’ que a finales de los ’50s ya tenían su propia forma de exploit (menos porque antes no lo hicieran que porque para entonces ya eran toda una institución) en los nudie-cuties – y de ahí que varios de esos creadores fueran apareciendo en esas revistas o en historias relacionadas.
Algo en lo que podríamos comenzar con George Quaintance y sus ilustraciones, comenzando en los años 30 para portadas ‘spicy‘ que le daban una vuelta a las de Enoch Bolles. Convirtiéndole en una de las primeras figuras de estos physique magazine a mediados de los cincuenta.
Pero en la que habría que hablar, sobre todo, de Touko Valio Laaksonen, o Tom de Finlandia, que comenzó dentro de ese género, conocido como beefcake y que daría nombre a su personaje más famoso: Kake. Y en la que estuvo no solo él, también Dom Orejudos, o Domingo Francisco Juan Esteban Orejudos, que solía firmar convirtiendo ese Esteban en un Etienne y que fue uno de los grandes amigos y colegas de Laasonen y uno de los que ayudaría a crear la fundación que lleva su nombre. En ambos casos pioneros que influenciarían a muchos de los que vinieron detrás. Como John Blackburn, que a finales de los ochenta crearía el personaje de Coley, y Belasco, que a principios de los noventa llevaría mucho de este estilo y temas a la comunidad afroamericana.



En contra de lo que podrían pensar los antes citados y sus miedos, lo cierto es que no todo era material sugestivo o sugerente, lo que pasa es que -por lo que sea- tienden a recordar más este.
Por ejemplo, en los sesenta se fundaría The Advocate, una revista de tema queer que continúa hasta nuestros días. En ella podríamos encontrar a John Klamik, que firmaba Sean, haciendo chistes e ilustraciones desde prácticamente su principio, y donde creó la serie Gayer Than Strange, más cerca del slice of life y el cómic undeground. O a Joe Johnson, que llevaba los personajes Miss Thing y Big Dick Ambos más cercanos al panel cómico tradicional y con frecuentes apariciones de los personajes en las viñetas del otro. El primero una caricatura del gay afeminado, el segundo del gay machote que salía -precisamente- de esa idea creada en los physique. Por supuesto ambos autores harían más obras, por ejemplo Klamik crearía años más tarde la tira Up the Block para Frontiers, más cerca del humor cotidiano.

Del mismo modo en la revista Drum estaban más cercanos a series más sugerentes, pero eso no les impedía tener al Harry Chess de Al Shapiro. Una parodia del spionistico tan de moda a mediados de los sesenta. Algo que hacía más sencillo introducir tanto el humor como la sexualidad, casi podríamos decir que como el tío gay que le enseñó todo a Austin Powers. Y que le facilitaría el suficiente reconocimiento como para que el cierre de la revista a mediados de los setenta no significara el final de la tira, pasando primero al Queen’s Quarterly y después a una nueva que pretendía recuperar el espíritu de aquella y se llamaba, claro, Drummer.
Lo cierto es que las revistas tenían también su propia vida. En Japón, por ejemplo, en 1971 el editor Bungaku Itō había convencido a la editorial Daini Shobō para poner en circulación Barazoku (薔薇族), la primera revista japonesa abiertamente gay y que incluía su propia sección de manga. Mientras que para finales de esa década verían en Francia la salida de Gai Pied, auspiciada por Michel Foucault, publicada por Pink Triangle e impresa por la Liga Revolucionaria Comunista. Y es que mucho estaba pasando en esa década.
Para los setenta Bruce Billings estaría creando Castro, una tira que salía en periódicos como The Voice y en la que se suponía que el protagonista era un perro pero se hablaba de su amo y la vida cotidiana de la Calle Castro de San Francisco. Y lo hizo de una manera tan exitosa que pronto había una cantidad tal de castro-clones que dio píe incluso a una especie de parodia en, precisamente, The Advocate. Gerard P. Donelan decidió que el cese de la colaboración de Joe Johnston con la revista la dejaba coja de humor, así que fue lanzando propuestas hasta que acabó con su propia serie: It’a a Gay Life, que en parte se dedicaba a hacer humor de esas historias de jóvenes gays y sus vidas cotidianas que tanto éxito estaban trayendo a Billings. Aunque lo cierto es que este no tuvo ningún problema. De hecho, cuando en los ochentas apareció la tira Murphy’s Manor de Kurt Erichsen acabaría colaborando con él en un flip-book con una selección de ambas colecciones.

También en los setenta vimos la aparición de Come Out Comix de manos de Mary Wings, autora de novelas de detectives protagonizados por Emma Víctor pero más importante aún por este cómic, uno de los primeros de contenido lésbico explícito no desde un punto de vista sexual -lo que en mitad de todo el exploit de fumetti italiano, con títulos que ya conocemos como Jacula o Sukia, tiene más mérito- sino de autoexploración -espera, mala elección de palabras…- de su realidad y sentimientos.

No sería la única, eso sí, en 1974 Roberta Gregory envió el cómic A Modern Romance a la antología Wimmen’s Comix, también creó la tira Feminist Funnies que posteriormente pasaría a expandirse en 1976 hasta crear el cómic Dynamite Damsels del que publicaría unos pocos números. Gregory seguiría publicando, por supuesto, creando en los ’90s a Bitchy Bitch en sus cómics de Naughty Bits para Fantagraphics. Y allá que sigue, claro.
También en los setenta, pero esta vez 1975, comenzó la publicación de Neil the Horse de Arn Saba, es decir, la canadiense Katherine Collins, una obra de estilo retro que funcionó como tira hasta 1982 y que en esos años de cierre del syndicate canadiense había dado el salto a comic book hasta su cierre definitivo en 1988. Que, por cierto, también tendría su correspondiente musical. E intentos -que en eso se quedaron- de convertirla a serie de animación entre esos finales de los ochenta y principios de los noventa.


Pero mejor volvamos a los ochenta, a esa época en la que el británico David Shelton se puso con Controlled Hysteria, Leslie Ewing publicando regularmente en Wimmen’s Comix, Burton Clarke sacaba Cy Ross and the SQ Syndrome, Jeff Krell creaba en 1982 la tira Jayson, con la pretensión de ser un Archie queer -y que tuvo también musical, e incluso un corto animado-, en 1983 Sylvia Mollick y Terry Ryan creaban la tira T.O. Sylvester -que, además, era el pseudónimo con el que la firmaban- , la canadiense Noreen Stevens estrenaba la tira sáfica The Chosen Family en 1984, mientras que Ivan Velez Jr. comenzaba a contar sus Tales of the Closet (1987-1993) entre la intención de hacer una historia realista, pero también divulgativa y educativa.



Los ochenta fueron también la década de Cath Jackson, Jerry Mills, Junichi Yamakawa, Jacki Randall, Vaughn Frick, Bill Ward, Oliver Frey o, por supuesto, Tim Barela.
Tim Barela sería conocido sobre todo por la tira Leonard & Larry, originalmente los secundarios de otra tira pero que acabaron como protagonistas de su propia historia, apareciendo en 1984 en Gay Comix -creado esa misma década por otra leyenda: Howard Cruse– y luego en The Advocate o Frontiers, y recopilatorios. Todo ello con un gran sentido del humor.


Aunque, por supuesto, también en los ochenta había mucha variedad. De ahí que los británicos Don Melia y Lionel Gracey-Whitman pudieran crear Matt Black: Charcoal (1986–1987)

Que, lo creáis o no, compite en la categoría superheróica. En la que, por supuesto, no está solo.
Porque el afroamericano Rupert Kinnard comenzó en los setenta dándose cuenta de que había una falta de supes de color que le llevó a la creación en 1972 de Superbad y luego de Brown Bomber en 1977. A este último lo creó para el periódico de su campus, y una vez la tira logró ser lo suficientemente popular lo sacó del armario. Pero aún tenía más por hacer, porque en los ochenta creo en Oregón la publicación Just Out para la creó a otro personaje más: Diva Touché Flambé. Así, junto a su anterior personaje protagonizaba BB and the Diva.

Una serie superheróica protagonizada por una lesbiana y un gay, ambos afroamericanos, a mediados de los ochenta. Para que luego haya gente que cree que este tipo de obras son ideas financieras o inventos nuevos (Que rima con ‘había antes de que tuvieras pelos en los huevos‘).
Por supuesto otra cosa que tuvimos en los ochenta fue una serie con sexo, drama y… furrismo. Vamos, una de gatos. Y es que Omaha era bailarina, de ahí que el cómic se llamara «Omaha» the Cat Dancer. Así que aunque su historia principal fuera heterosexual sabíamos casi desde el principio que ella era tan bisexual como sus autoras: Kate Worley y Reed Waller. Entre otras cosas por la relación que se deja caer entre ella y su amiga Shelly Hine, también bailarina. Claro.

Originalmente creada como tira por Waller para un fanzine a finales de los setenta, y a partir de ahí, a principios de los ochenta, como comic book para Kitchen Sink Press, a partir del segundo número Worley – recién divorciada- comenzó a sugerirle idea y, finalmente, convertirse en la guionista de la historia. Fueron colaboradoras durante todo lo que duró la serie, que también fue su propia forma de drama que iban -lógicamente- ‘retrasando’ la publicación: En 1988 tuvieron un accidente de coche que dejaría a Waller con secuelas, en 1991 Worley fue diagnosticada con cáncer de colon y para 1995 la relación entre ellas estaba tan deteriorada que decidieron separarse y abandonar la serie inacabada. Worley se casó de nuevo y sería precisamente su marido el que tuviera que intervenir cuando en 2002 llegaron a un acuerdo para recuperar y completar el cómic después de que esta fuera diagnosticada con cáncer de pulmón, algo de lo que acabaría falleciendo en 2004. Ahí fue cuando su marido y Waller remataron la historia con las notas que Worley había dejado, hasta cerrarla en 2007.
No fue la única serie que duraría varias décadas. En 1987 Sean Martin comenzó a colaborar con una publicación de Vancouver publicando la tira Doc y Raider. Duraría una década, hasta 1997. Y 12 años más tarde, en 2009 la revivió con un formato nuevo, esta vez serían ilustraciones 3D, que mantendría hasta su fallecimiento en 2020. Para que veáis que no es algo que pase solo con La Abeja Maya.


Luego ya cada cual que prefiera su estilo favorito. Ehem.
Pero esto nos viene bien también porque, además de que la D sea de Defensa -¿de qué iba a ser si no? ¿de Divulgación? ¡Bah!- nos permite llegar a nuestra década favorita: Los noventa.
Como Diana Green, que en 1993 creó Tranny Towers, que comenzó publicando en Gay Comix. Una autora trans con un reparto que incluía personajes trans. La serie pasaría a la revista Lavender durante un par de años, tratando temas como la dismorfia, la alienación o los roles y normas de género.

Aunque quizá en este blog pegue incluso más Bread & Wine. Un cómic presentado como novela gráfica porque el guionista fue Samuel R. Delany, acompañado al dibujo por Mia Wolff. Y prólogo de Alan Moore.

¿Que por qué lleva como subtítulo An Erotic Tale of New York? Dejadme que mire las notas… Ah, sí, porque en él Delany cuenta como un escritor de ciencia ficción afroamericano conoce a un sin-techo y acaba teniendo una relación con él. Lo típico.
Por supuesto también hemos tenido giros. Como con Real Life, un webcómic que empezó en 1999 centrado en el humor de las situaciones cotidianas como las relaciones con los amigos, las relaciones románticas o cuando en 2020 la autora anunció que era una mujer trans. Ese tipo de situaciones cotidianas.

En realidad a partir de los dosmiles fue siendo más habitual, de hecho hay por lo menos cuatro personajes confirmados asexuales en distintos cómics, como Gwenpool, Connor Hake, Yelena Belova o, por supuesto, Forsythe Pendleton Jones III. Es decir, Jughead. Y si no tenéis claro a qué me refiere, no os preocupéis que os lo explico: Torombolo.

Por supuesto a partir de aquí podríamos ponernos a hablar de… yo qué sé, de Eric Shanower, o de P. Craig Rusell declarando en The Comic Journal en 1991 que era gay. Pero también podemos volver para atrás.
Podemos mencionar a Marcia Snyder, que trabajó en los años cuarenta en Timely en títulos como Capitán América, o en Mary Marvel en la Fawcett, o en la joven de la jungla Camilla en, claro, Jungle Comics para Fiction House. Mientras vivía en Greenwich Village con su novia.
O a Matt Baker, un dibujante que comenzó a mediados de los ’40, recordado sobre todo por Phantom Lady. Sobre todo por una portada que Wertham publicó en La Seducción del Inocente en la que le acusaba de estar siendo demasiado sugerente para los menores.

Baker se había ocupado del personaje después de que el Studio Iger se lo alquilara a Fox Comics. Baker rediseño el personaje, fijó una imagen, colaboró con la habitualmente no acreditada guionista Ruth Roche y… bueno, eso, Wertham.
Que, por supuesto, si hubiera sabido que Baker además de afroamericano era gay probablemente hubiera tenido algo más que opinar. No sé si distinto -probablemente sí- pero desde luego más
Baker fue un dibujante también de cómic romántico, uno de los primeros dibujantes afroamericanos que tuvieron éxito en la industria, como para que en 2009 le incluyeran en el Hall of Fame del cómic. Además de ser citado como influencia por Adam Hughes.
O podríamos hablar de Raúl Natalio Roque Damonte Botana, es decir, de Copi, el argentino que desde su adolescencia en los cincuenta dibujaría caricaturas para distintas revistas, que se instaló en Paris en 1962 -en donde realizaría la mayoría de su producción: escrita, dibujada e incluso montajes teatrales- y donde sería parte del Grupo Pánico, junto con Alejandro Jodorowsky, Fernando Arrabal o Roland Topor. Su temprana muerte a los 48 años en 1987 fue lo único que pudo detener su creatividad.

O podemos movernos un poco más adelante, a finales de los sesenta, cuando Jeffrey Catherine Jones comenzó su trabajo ilustrando portadas, hasta el punto de que Frazetta la llamaría ‘el mejor pintor vivo’. Jones pasaría a trabajar para King Comics, Gold Key Comics, Creepy, Eerie, Vampirella y lo que pillara, sin dejar las portadas, claro. Tuvo incluso una página regular en el National Lampoon entre el 1972 y el 1975 llamado Idyl, igual que tendría un cómic regular a principios de los años ’80 en la Heavy Metal llamda I’m Age. Y compartió el famoso The Studio en Manhattan formado además por Bernie Wrightson, Barry Windsor-Smith y Michael Kaluta. Nada de esto se borró cuando transicionó en 1998, como demostraron los múltiples elogios a su fallecimiento en 2011.
Así nos iríamos a los ’80s en los que el suizo Oliver Frey trabajaba en Reino Unido y lo mismo te hacía portadas de videojuegos o ilustraciones para revistas del ramo,

que te dibujaba erótica -o porno- gay firmando como Zack.

En fin, podríamos seguir, por supuesto, podríamos hablar de Stephen Sadowski, Gengoroh Tagame, Bob Schreck, Daryl Toh…
Podríamos hablar de que estás viendo internete y te encuentras compartida alguna tira de Foxes in Love, Oglaf, Haus of Decline, Jane’s World, Duncan & Eddie, Oh Joy Sex Toy…
Podríamos hablar de éxitos recientes. Como que Penguin Random House lleve publicados en España, dentro de su sello B de Blok, nada menos que 8 números de Cloe y su Unicornio

de la autora trans Dana Simpson. Mucho mérito porque uno ve la edición que hacen y se sorprende que de los compradores hayan pasado del primero.
Pero, claro, en España también tenemos lo nuestro. Como la revista Claro que Sí que dirigió Sebas Martín -a su vez otro ejemplo de autor queer de extensa carrera- y en la que podemos ver varios nombres

y alguno que no está pero que podría, como el de David Ramírez.

Sí, estoy tan sorprendido de no haber usado la portada de B3 como ustedes. Y de no haber usado la de Sexo Raro ni os cuento.
O los cómics lésbicos como Bollería Fina de Rosa Navarro y Gema Arquero, Lesbilais de Victoria Rubio o L.S.B.,ANA – ¡El lesbicómic! de Teresa Castro.



Pero, vamos, que es que en Fandogamia están publicando -quizá no lo sabéis- un cómic… no, ese no. Me refiero a Educación Sexual con Chris y Randy.
Qué puedo decir, esto es un asunto internacional. Otra cosa es que el predominio anglo se note aquí también -ojalá otra cosa, pero esto da para lo que da que luego os quejáis de lo extenso de los posteos. Lo importante es que recordéis que hay mucho más porque esto ni puede ni quiere ser exhaustivo-, pero no por ello vamos a dejar de hablar de los autores de patrios.
Porque, además, uno nunca sabe dónde puede saltar la sorpresa. Por ejemplo, un día estas leyendo un cómic tocado por la mano de ROB!

y cuando te quieres dar cuenta su guionista está diciendo que es No Binarie y que preferiría que la gente usara pronombres neutros para hablar de elle.
Une tal Grant Morrison, no sé si os suena.
Todo el asunto está en el enlace actualizado a 2023. Os pongo un pantallazo:
![Pantallazo del artículo del enlace en el que leemos:
October 18, 2023: Morrison publishes the first in a series of three essays to their Substack clarifying their thinking and preferences:
“I much prefer ‘they’ to ‘he’, if I’m being honest!”
“When I see people online correcting others for using the ‘wrong’ pronouns in relation to me, I’ll admit I recoil.”
“I don’t want my personal laissez faire approach to encourage any laxity towards to those for whom it really does matter and for whom the correct use of pronouns is a concern of urgent importance.”
“For me, the idea of being categorized is anathema; it asks too much of me that I cannot deliver. […] I’m too inconsistent, too open to digression and confusion to be that kind of reliable.”
“If ‘non-binary’ means to reject fixed male and female categories as inadequate to one’s personal understanding and instead to identify with a ‘colour wheel’ of available gender orientations and modes of presentation, then perhaps the shoe fits after all.”
October 24, 2023: Morrison publishes their most clear statement of pronoun preference in the third part of the Substack essay series: “I’m much happier being described as ‘they’ but I won’t give anyone a hard time for using any other pronoun.”](https://blog.adlo.es/wp-content/uploads/2024/06/MorrisonFAQ.jpg)
Aunque, por supuesto, esto no es todo.
No lo es porque aún no hemos hablado de una autora, creadora de una serie de cómic conocida tanto por su crítica como por su interés en el público de todas las edades, que se ha convertido en bandera de su país no-anglo, y en un clásico por derecho propio.
No lo es porque aún no hemos hablado de Tove Jansson.

Efectivamente, la creadora de los Moomin -o Mumin, según- tuvo una serie de bien documentadas relaciones, incluida una que llevó a una serie de momentos vodevilescos que concluyó con la compra de una casita en una pequeña isla en el golfo de Finlandia.
Pero, puestos a rematar esto, y sabiendo que Janssen es insuperable, creo que es un buen momento para un cierre circular volviendo a Nazario. Un autor tan importante que podemos hacer esa catetada de decir que apareció en esa antología, No Straight Lines, que recogía los nombres más notables desde los años ’60 hasta ese 2012 en que se publicó.

Por supuesto lo mejor para terminar es recordar que las organizaciones estadounidenses GLAAD y Lambda llevan dando premios a cómics desde 1992 y 2014 respectivamente. Los equivalentes españoles -de haberlos- pueden comenzar los suyos cuando quieran.
Además de eso podéis echar un ojo -como he hecho yo, a quién vamos a engañar- en distintas webs como la Queer Comic Database, Prism Comics, Gay League o World Queer Story.
Cuatro mil quinientas palabras más tarde, lo importante es que haya quedado claro que gente queer ha habido siempre, ha estado haciendo cómics -en tiras, en páginas, en webcómics, en fanzines, en la puerta del baño, en…- siempre, y que siempre lo hará.
Por eso siempre hay espacio para ser consciente de esto, y reconocer haber estado equivocado, como le pasó a ROB! con EstrellaRota y con el pansexual que viene a salvar el cine de superhéroes, MuertoPiscinas. Pero ya sabemos lo que se suele decir: ROB! is ROB! Y es que de casi todo se sale.
Da igual a cuantos nazis haya que golpear por el camino.
Lo que son las cosas, justo en dos Sábados en el trabajo en donde me pagan, se hablará por fin (que llevo desde 2007 tratando de que me dieran el vo.bo. para hacerlo) de que las comunidades diversas han estado aquí y allá desde siempre.
¡Bravo!
Veo un patrón en esta entrada de blog, pero no estoy seguro de qué es…
Pues que donde hay patrón… ¡Hola, marinero!
gran reportaje
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