De como la normalización me robó la Navidad

Hoy iba a contaros como Mary Marvel triunfó como torero travesti en México, pero teniendo en cuenta que es Nochebuena vamos a reflexionar en serio un momento sobre algo que nos ha pasado en los últimos años.

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Cuando era pequeño Navidad era algo fácil de tratar. Me veía con mis tíos y me caían regalos, ¿a quien diablos no podía gustarle la navidad? Y mis familiares—porque yo tenía menos de cinco años cuando le dije a mi madre que ni Papa Noel ni leches, el juego ese de carpintería que había aparecido envuelto en papel de regalo en mi habitación tenía que ser cosa de mi padre—cuando no sabían que regalarme me compraban muñecos y naves de Star Wars, que sólo la inocencia del niño que cree que son para jugar, y la cabezonería de mi madre por hacer sitio regalándolos a niños necesitados, impiden hoy que sean el báculo de mi jubilación.

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Con el tiempo eso cambió, claro. Los regalos desaparecieron pero fueron sustiuidos por les estrenes, aguinaldos en efectivo que me fueron entregados hasta una edad en la que ya me daba vergüenza recibirlos pero sobre los que no abría la boca porque con la cantidad de familia que se junta en Navidad yo recaudaba cerca de 400 euros, y el que no quiera 400 euros en Navidad que lance la primera pastilla de turrón de jijona.

Pero la navidad ya había cambiado, los "¿qué quieres para navidad?" se sustiyeron por "¿ya tienes novia?",  los "canta un villancico" se tornaron en "deja langostinos para los demás ¿quieres?", y los "¿te gusta la nave espacial que te han regalado?" se convirtieron en un "¿pero todavía te gustan los tebeos?

Con el tiempo eso pasó. Uno madura y aprende que le gustan las cosas que a uno le gustan, y que si tú no te adaptas a lo que quieren los demás, existen muchas posibilidades de que los demás se acaben adaptando a ti, al menos si te aprecian. Y eso parecía que iba a pasar con la normalización. De repente las conversaciones de navidad derivaron a hacia la película del Señor de los Anillos, la secuela de Spider-man, o lo bien que lo habían pasado viendo Los Vengadores.

La gente por las calles reconocía que les gustaba ver las películas de Pixar, chicas que conocías desde el instituto te confesaban que les gustaban los animes y los videojuegos pero no lo contaban porque no se estilaba en los 90. Parecía que se abría una época dorada donde por fin todos íbamos a ser reconocidos como los que eramos, pioneros en defender, en sus tiempos más oscuros, una cultura—pop, pero cultura—que finalmente confirmaba que tenía todas las virtudes que en su día proclamamos contra vientos y mareas familiares y sociales.

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Pero no. No fue así. Resultó que aunque el cómic del superhéores logró salir del Ghetto, y todo el mundo ahora aprecia a los superhéroes, resultaba que yo seguía siendo el friki que sabía demasiado de esas cosas, lo cual es seguramente cierto, y todo se volvió en mi contra.

De repente las discusiones de la mesa de navidad podían ser sobre Los Vengadores, o sobre los X-men, pero tú no podías criticar nada porque la gente sólo conoce la versión de la película y no le importa si tal personaje está o no desaprovechado, y o si se contradice la esencia del personaje para mal—porque a veces pasa para bien, como en Guardianes de la Galaxia—y se oían los "lo dices porque es que tú eres muy friki" con la misma frecuencia con la que de crío oía aquello de "tú no hables de esto porque son cosas de mayores". El peso de mi opinión sobre algo por lo que batallé era el mismo que el de un veterano de Vietnam a su regreso a Estados Unidos, prácticamente ninguno.

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Y así descubrí que había comenzado de nuevo el camino hacia mi infancia, y a pesar de enfilar ya el rumbo hacia los 40 los regalos que me hacían eran cada vez mis infantiles. Antes, cuando no sabían que regalarme nadie pensaba en comprarme un cómic—"es que de eso yo no entiendo", "es que como tu te compras ya lo que te gusta no sé lo que tienes o lo que no", decían mientras yo intentaba poner cara sonriente mientras pensaba "anda que a ver si tengo yo huevos de decir lo mismo de tus colonias"—y apostaban por comprar algo relacinado con mi afición por el Valencia, con la llegada de la normalización en vez de caer cómics recomendados en ilustres suplementos culturales, lo que llegaba era merchadising friki que cumple la misma función que cualquier toro de fieltro o bailarina flamenca: sumar polvo mientras resta espacio en tu estantería. El punto de saturación ha sido este año, cuando el regalo de mi 38 cumpleñaos llegó del Toys’r’us

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Aquí mi repelente de mujeres de 79 centímetros de alto, aquí unos lectores…

Por eso, desde hace unos años, las navidades son unas fiestas duras en las que tu afición sale a restregarte en la cara que ahora es popular y sale con gente mucho más guay que tú, mientras tú pones buena cara y rezas por no tener que cruzartela también en nochevieja.

La semana que viene señalaremos con el dedo—bueno señalaré, que es una opinión personal—a mis sospechosos favoritos de todo esto. La entrada tampoco tendrá mucha gracia, es más puede mosquear a más de uno, pero seamos serios, este blog hace mucho que dejó de ser gracioso (básicamente porque todos, tú amigo lector incluido, somos viejos y no puedes estar 10 años, ni haciendo, ni leyendo chistes que parezcan nuevos, y no tenemos edad para ponernos a hacer chistes de Crepúsculo o Los Juegos del Hambre).

Por ahora pasad la mejor nochebuena que podáis con vuestros parientes.

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Publicado por

Isaac Hernández

Periodista y adláter. Sueño con una vida normal pero sé que me cansaría de ella en menos de seis meses

3 comentarios en «De como la normalización me robó la Navidad»

  1. ?38 años y aún sigue con esas cosas de críos? Claro, luego se quejarán de que si Podemos tal, Podemos cual…
    No se merece usted unas felices fiestas, pero se las deseamos, pues la vida es el derecho de todos los seres conscientes (Godzilla dixit).

  2. Entiendo perfectamente lo que dices. Por ejemplo, ahora con El Hobbit todo el mundo está hablando de la película pero si intento aunque sea por un momento explicar algo de la mitología de Tolkien, me cortan con un «pero qué friki eres». Cuando los comics, la fantasía o la ciencia ficción eran temas tabú, pues lo eran y punto; pero ahora creo que es todavía más frustrante que la gente a tu alrededor tenga algunas nociones pero sea incapaz de mantener una conversación interesante sobre el tema.
    Feliz solsticio.

  3. Somos de la misma quinta, Isaac y te entiendo perfectamente. Por un lado está bien que lo «friki» se haya vuelto popular, pero por el otro es durillo tragar con según que cosas. Como ese muñeco de Star Wars, por ejemplo… no te preocupes, mándamelo a mi y te lo quito de encima.

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