– ¿Cómo le ha dejado pasar mi secretaria?
– No hay nadie ahí fuera.
– Si sólo fuera en eso en lo que se parece a los alienígenas… Se habrá tomado un descanso a cuenta de las vacaciones, total no pienso pagarle ninguna de las dos.
– ¿Alguna vez deja hablar a sus clientes?
– Sólo a los que me pagan, así que no es lo más habitual. ¿Buscaba algo, ricura?
– A un homínido superior que no sea condescendiente…
– La central de citas es en la puerta de al lado, guapa.
– Mire, hay mucho dinero en juego y me gustaría que usted lo encontrara.
– Tela, eso me va gustando más.
– ¿Qué sabe del Museo del Cómic?
– Lo mismo que todos los demás: Nada.
*Suspiro*
– Mire, la iniciativa de un Museo del Cómic nació…
BLABLABLABLABLABLABLABLABLABLABLA
– ¡¿Le ha quedado claro?!
– Cristalino.
– Pues localice todo ese dinero y veremos con qué se queda usted.
– Muñeca, ¿qué tal ese almuerzo? Por cómo moviste los tobillos debió ser abundante.
– Vete a la porra, estúpido.
– Sigue así y acabarás siendo despedida. Y sin finiquito.
– Con que me pagues los atrasos me conformo.
– Hazme un buen trabajo y son tuyos.
– ¡Soez!
– Que no, nena, que tengo que encontrar nosequé dinero del Museo del Cómic.
– ¿El qué?
– Eso he dicho yo. Hale, mira a ver qué encuentras…
Al cabo de unos minutos y una búsqueda en Internet pudo llegar hasta una web de un Museo
Si es que eso era un Museo

Resultaba difícil dar crédito a lo que iba recopilando, sobre todo porque no hay forma de entender quién o qué quiere todo aquello.

Necesitaba una conclusión y debí imaginar a dónde nos llevaría todo ello

El dinero estaba allí dónde siempre había estado, podía llamr a mi misteriosa cliente y contárselo. Sólo temía dos cosas, que mi misteriosa dama fuera, en realidad, la Ministra Sinde -¿Tiene nombre o se llama sólo Ley?- y que pretendiera pagarme con lo que sacara de allí. Porque el dinero sólo estaba en la imaginación del que escucha. Nunca estuvo realmente allí, no se puede reclamar lo que nunca se ha tenido y si bien era un sueño ver construido este museo parece que el despertar estaba a la vuelta.
Odio estos finales, es como volver a vivir el Caso de la Academía del Cómic. De hecho, este final debería pagarle derechos de autor al otro. Glups, ahora sí que temo que mi Mujer Fatal sea Ley.
Al final sólo otro caso que no cobraría, y muchas dudas en la cabeza, de las que sólo había una resulta cláramente: ¿Para qué sirve un Museo del Cómic?
¡Malditos catalanes anarroseadores! La palabra «foráneo» es exclusiva de los canarios, que la usamos para referirnos a vosotros los peninsulares y que vuestros fachas nos aplaudan creyendo que hablamos de inmigrantes de fuera de España.