#quedateeneledificiobaxter

Ahora que en nuestro país las medidas de confinamiento han comenzado a rebajarse (tanto que antes de repasar lo escrito ponía «confiamiento»), que incluso en las regiones residuales que siguen en fase inicial se les ha dado un empujoncito de ánimo, podemos echar la vista atrás a aquellos primeros, largos y monótonos días. A cuándo ni recordábamos qué día de la semana era. De cuanto la lista de la compra en el móvil era con scroll y nunca traíamos suficientes bolsas. Cuando una vez ordenado todo lo ordenable empezábamos a limpiar todo lo limpiable. Cuando nos lavábamos las manos de verdad, en cantidad y calidad, no como ahora.

Con esto de que los comic-book intentan reflejar la sociedad del momento ¿veremos esta época que se nos viene reflejada en los mismos? pues es más que posible que se empiecen a ver transeuntes con guantes y mascarilla por las viñetas. Erik Larsen ya ha manifestado que en su primer Savage Dragon que se vaya a distribuir ya podremos verlo. No diga ir de craneo con las fechas, diga ir pegado a la actualidad. Pero lo de la primera cuarentena será más improbable.

O no. Porque en un casi olvidado especial de la Primera Familia marveliana se trató precisamente eso. Cuatro en Cuarentena.

Un especial de 2009 a cargo de Cary Bates, guionista clasicote que se había prodigado poco en Marvel, y Bing Cansino, dibujante que tras un escaso puñado de tebeos dibujados vio más futuro en las comissions. En castellano no lo vimos, a Panini no le pareció conveniente meter a Bates y Cansino interrumpiendo a Millar e Hitch.

La trama se inicia con Reed Richars imponiendo una…

Pero tranquilos, que no será demasiado larga, con dos días bastará. Con más de eso nuestra galaxia podría estar en problemas.

¿Qué extraña infección habrán contraido nuestro imaginautas en sus incursiones dimensionales? ¿cómo habrá pasado a los superhumanos? ¿un murciélago mutante, un pangolín supradimensional? pues no, la realidad es algo más cruda.

Como podéis ver, es una p…lantita, que…poliniza…a nuestro amigo Ben. Siempre hay que tener cuidado con esas cosas cuando se conoce una plantita nueva.

Total, que vamos a ver como lo llevan nuestros personajes conviviendo juntos en familia. Pues aunque tengan metros y espacio, se hace largo e intenso. Miradles cómo les han cambiado las caras ya la primera mañana, con todo un día por delante.

Sin posibilidad de salvar el universo de forma telemática, pasan el tiempo como buenamente pueden. Aquí podemos comenzar a identificarnos. Los críos jugando.

Los mayores con la lectura. Era 2009, no había tanto streaming.

Y siempre con medidas de protección. Esta máscara es concreto es una FF4, no disponible en tiendas.

En tiempo Marvel todo pasa más lento ¿o era más rápido? sea como sea, caras del segundo y último día. Poco les falta para buscar las cacerolas.

Los niños, como son más adaptables…olvidAdlo!

Al final dijeron que sus neuras tenían que ver con feromonas de la plantita, pero como toda buena fabulación debemos quedarnos con la moraleja ¿dos hijos y una madre, tres diablos para el padre? no ¿Calentura del hogar, solo dura hasta el umbral? tampoco. Yo, recordando una viñeta de Vázquez en algún Super Mortadelo que no soy capaz de ubicar, y recordando el affaire de Ben con la plantita, diría aquello de

Quien a buen árbol se arrima, cuidado con la resina

Quedan días, sed buenos.

Cómo conocí a vuestro kryptoniano

La DC de 2010-2011 contiene mucho material digno de estudio adliano por tratarse de una época fronteriza entre el final del Universo DC tradicional (desde su reseteo anterior) y el inicio de los Nuevos 52. Los personajes dejarían de ser los mismos y en la editorial había prisa por tanto sacar toda suerte de proyectos que ya estuvieran en marcha, pues en pocos meses estarían caducados y ya no tendrían validez. Incluso los Elseworlds. Es posiblemente por esto que una miniserie planificada para seis episodios terminase saliendo en tres de extensión doble, que en nuestro país se engalanó como tomo único. Renato Arlem no merece menos.

Aunque aquí el papel estelar lo tiene Cary Bates, veterano escritor que escribía The Flash y algunos títulos de Superman antes de la Primera Gran Crisis, y que tras ella asumió principalmente la escritura del Capitán Atom. Bates era consciente de que la continuidad que él había contribuido a crear iba a desaparecer y quiso dar su particular visión sobre cierto aspecto del legado kryptoniano sobre el que se había pasado muchas veces por alto. Y como buen fabulista utilizo una historia imaginaria como hilo conductor (aquí tratándose de Superman debería citar su frase sobre las historias imaginarias, pero tengo sobredosis de serendipias con Moore, pues el Oscar a La Forma del Agua me pilló leyendo su Neonomicon).

El punto de partida: ¿y si la familia de Superman hubiera sobrevivido a la destrucción de su planeta natal?

¿Y si llegasen juntos a la Tierra?

Pues seguramente mientras el pequeño Kal-El está siendo criado, el rol de superbenefactor para el planeta lo asumiría su padre Jor-El.

Asistido desde la retaguardia en la parte técnica por su esposa, claro está.

Si bien es posible que este papel secundario no sea suficiente para ella y termine dando un paso al frente.

De forma que, ante la obsesión de su marido con la destrucción de Krypton…

…le induce a dedicar sus atenciones a otros asuntos.

No en vano ellos son los últimos supervivientes de su raza y a ellos les corresponde la pesada responsabilidad de la tarea de la repoblación.

Es este el esperanzador inicio de un nuevo capítulo en la saga kryptoniana con un feliz padre que contempla orgulloso a sus nuevos retoños que serán bien criados y amamantados hasta completar su desarrollo. Una nueva oportunidad. La vida gana.

Y es gracias a Cary Bates que, más de setenta años después de la creación del mito, caemos en la cuenta de un aspecto de la biografía del personaje en el que no nos habíamos fijado antes. Si cuando faltando una pregunta para ganar el bote del concurso nos planteasen una sobre Superman respiraríamos tranquilos. Y si nos preguntan el nombre del padre de Kal-El, contestaríamos en centésimas. Ahora bien, si nos preguntan por la madre, como mucho nos saldría el nombre, Lara, y perderíamos el premio con los compañeros asesinándonos con la mirada. Y este es el mérito de Bates, visibilizar (con la inestimable ayuda de Renato Arlem) a Lara Lor-Van. La sutil narrativa maridada con el trazo del brasileño la rescatan del rol secundario y apartado que siempre se le otorgó y hace que la tengamos en cuenta. Quien lo lee no la olvida. Visibilidad, matriarcado, feminismo. Diría que es la última gran historia de esta mujer, pero a lo mejor era también la primera.

AVIV SETÄB!